P. (Javier Sampedro) Si somos el producto del azar, de los accidentes históricos y de las adaptaciones locales, ¿podemos estar seguros de que nuestro cerebro es una herramienta válida para comprender el mundo?
Sigue leyendo «¿Tienen valor las convicciones de la mente humana?»
Etiqueta: sesgos
Contra el realismo ingenuo, humildad intelectual
Los debates políticos y sociales de la actualidad están electrizados con una atmósfera densa de partidismo. La política siempre, como suele decirse, despierta pasiones, pero en el contexto de cambios sociales de amplio alcance, inseguridad económica y desafíos globales, parece que las pasiones pueden tornarse fácilmente en agresividad dialéctica y en cerrazón mental.
Con frecuencia, nos vemos acusando a nuestros oponentes ideológicos de una falta de profundidad intelectual, de pensamiento riguroso. Puede que creamos que se han dejado convencer, como si les hubieran lavado el cerebro. O quizá que no han evaluado bien las pruebas, o que se niegan a ver la realidad.
Es una dinámica poco recomendable, porque ello nos puede impedir ver que quizá el problema lo tengamos nosotros. Es lo que la psicóloga y divulgadora Angela Duckworth denomina realismo ingenuo. Y contra el realismo ingenuo Duckworth propone el remedio de la humildad intelectual.
Sigue leyendo «Contra el realismo ingenuo, humildad intelectual»
Internet no tiene la culpa de la división social
El pasado 8 de marzo la revista Science publicaba uno de esos estudios que dan de qué hablar y que son para reflexionar.
Según recogían varios medios, entre ellos la Agencia SINC, el trabajo muestra que en Twitter las noticias falsas se difunden un 70% más rápido que la información veraz. Los investigadores llegaron a esa conclusión después de analizar la mayor muestra hasta el momento en este tipo de estudios: 126.000 historias tuiteadas por tres millones de personas unas 4,5 millones de veces entre 2006 y 2017. Sigue leyendo «Internet no tiene la culpa de la división social»
Microagresiones: afirmaciones fuertes, evidencia científica inadecuada
El concepto de “microagresiones” ha pasado a formar parte del vocabulario con el que se intenta explicar y denunciar el trato vejatorio que se propicia a los grupos sociales.
Mencionado por primera vez en 1970 por el psiquiatra Chester M. Pierce, el concepto fue retomado y popularizado en 2007 gracias a un artículo del psicólogo Derald Wing Sue. Para Sue, las microagresiones son breves intercambios diarios que envían mensajes denigrantes a ciertos individuos con motivo de su pertenencia a un grupo. Las microagresiones no tienen por qué ser realizadas de manera consciente, pero no por ello se les suponen menos dañinas.
Las microagresiones han pasado a convertirse en una preocupación prioritaria para el activismo social, un fenómeno que ha dado lugar a, al menos, dos importantes sitios web dedicados a recoger muestras de microagresiones: Everyday Sexism, fundada por Laura Bates, y Micromachismos, fundada por Ana Requena Aguilar.
Como todo fenómeno popular la idea de las microagresiones no se ha librado de críticas, algunas de ellas claramente tendenciosas pero otras pocas bien fundadas, producto de un examen de la ciencia psicológica sobre la que sus defensores sostienen la validez del concepto de microagresión.
Alex Fradera, en BPS Research Digest, nos ofrece una de esas críticas en forma de reseña de un estudio llevado a cabo por Craig Harper, psicólogo de la Nottingham Trent University, cuyos resultados dan a entender que hay un importante problema de base con las microagresiones. Sigue leyendo «Microagresiones: afirmaciones fuertes, evidencia científica inadecuada»
Acabemos con el mito de la Sociedad del Conocimiento
Ya hace al menos un par de décadas que la expresión “sociedad de la información” pasó a formar parte del imaginario colectivo. La información siempre ha jugado un papel importante en las sociedades humanas, pero es en este último lapso de tiempo en el que el desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación (TICs) ha permitido desplegar la SI en todo su apogeo.
Con la SI vino asociada desde un buen principio otra idea: la de la “sociedad del conocimiento”. Y es que, según la narrativa más difundida, la abundante información disponible abriría la posibilidad para la generación de conocimiento como nunca antes se había conocido en la historia humana. Y con esta producción de conocimiento se generaban nuevas oportunidades para conseguir sociedades más cívicas, más justas y, por qué no, más sabias.
Si había dificultades en la transición de la SI a la SC serían de carácter técnico, continuaba el discurso: la brecha digital en el acceso a las TICs que impedía que buena parte de las poblaciones humanas pudieran beneficiarse del caudal de información que fluía a través de ellas. O, en todo caso, el problema de base sería cómo aprender a manejar las herramientas (la alfabetización digital), y educar al público en el uso de unas sencillas pero poderosas pautas para evaluar la información y detectar las mentiras, las estafas y los engaños.
Así decía el discurso, de una manera muy resumida y abreviada.
Visto lo visto hasta el momento presente, creo que lo mejor que podríamos hacer con esa narrativa es tirarla a la basura y pasar a otra cosa. O, cuando menos, reexaminar muy seriamente la posibilidad de sus supuestos centrales.
Sigue leyendo «Acabemos con el mito de la Sociedad del Conocimiento»
El fact-checking cambia las creencias, pero no la intención de voto
Para muchas personas comprometidas con las problemáticas sociales que estamos viviendo, la educación es la clave para la mejora de las personas. En particular, suele comentarse que los prejuicios y la desinformación asociada a la política se supera con divulgando hechos. Eso explica la gran popularidad actual de los sitios de verificación de hechos (fact checking). Pero, ¿es cierto que exponer a los hechos a la gente puede cambiar sus preconcepciones políticas?
Pues parece que no, si hemos de creer los resultados de un estudio reseñado por Alexios Mantzarlis en Poynter. Resumiendo, la principal conclusión sería ésta: el fact-checking cambia las creencias, pero no la intención de voto. Sigue leyendo «El fact-checking cambia las creencias, pero no la intención de voto»
Las personas con más educación tienen creencias más polarizadas en temas científicos controvertidos
Uno de los remedios a los que se apela con más frecuencia para intentar paliar los prejuicios que socavan nuestras sociedades es la educación: gracias a ella, se dice, los individuos tienen la oportunidad de poner en marcha el pensamiento crítico, de juzgar por sí mismos y de combatir la ignorancia.
Pero parece que la relación entre la educación y los prejuicios es menos directa de lo que quedríamos. Según un reciente trabajo de investigadores de la Carnegie Mellon University, una mayor educación puede llevar a tener creencias más polarizadas, y no menos, en cuestiones científicas relacionadas con la identidad individual.
Los investigadores, Caitlin Drummond y Baruch Fischhoff utilizaron datos de la General Social Survey, una encuesta nacional de EEUU financiada por la National Science Fundation. Drummond y Frischhoff examinaron las creencias sobre seis cuestiones (investigación en células madre, el big bang, la evolución humana, los alimentos transgénicos, la nanotecnología y el cambio climático), poniéndolas en relación con tres indicadores del nivel de educación: la titulación obtenida, las clases de ciencia recibidas en el instituto y en la escuela y la aptitud general para los hechos científicos.
Drummond y Frischhoff hallaron que en cuatro de esas cuestiones, la investigación en células madre, el big bang, la evolución humana, y el cambio climático, los individuos con mayor educación tenían creencias más polarizadas. Escribe Drummond en una reseña del estudio para Science Magazine:
Sólo podemos especular sobre las causas subyacentes […]. Una posibilidad es que las personas con más educación es más probable que sepan lo que se supone que tienen que decir, en cuanto a esos temas polarizados, para expresar su identidad. Otra posibilidad es que tengan más confianza en su habilidad para argumentar su postura.
Da que pensar: El resultado del estudio de Drummond y Frischhoff es llamativo, pero viene a sumarse a algo que el movimiento escéptico viene afirmando en los últimos tiempos: la lucha contra la irracionalidad no sólo es una cuestión de educación. Y es que las creencias irracionales también campan a sus anchas entre los sectores de la población con más educación. Es algo sobre lo que ya traté en la entrada Los límites del pensamiento crítico y el poder de la educación.
Tal y como mencionaba en aquel artículo, quizá no haya que caer en un excesivo cinismo: gracias a la educación, o en buena parte gracias a ella, se han conseguido avances sociales y de conocimiento en una buena cantidad de ámbitos importantes. Lo que sucede es que parece que siempre vayamos a encontrarnos con un muro de prejuicios enraizados en nuestra personalidad que la educación, la racionalidad y los datos no pueden traspasar.
Puede que, como también apuntada en aquel artículo, parte de la solución en la lucha contra los prejuicios y la irracionalidad esté en la comunicación. Como afirma el médico Vicente Baos:
El desprestigio social es lo que funciona. Convencer a un homeópata de que lo suyo no es nada resulta imposible porque es una creencia arraigada y la gente tiende a evitar las disonancias cognitivas, es decir, a rechazar lo que va en contra de sus creencias más profundas. Un ejemplo serían las famosas pulseritas Power Balance, la gente que las usaba empezó a no hacerlo cuando se creó la sensación de que era un poco ridículo. La inmensa mayoría de la gente lo abandonó, independientemente de si antes creía que hacía algo o no. Pero si el pensamiento social es crítico, algo se abandona y se olvida. Aunque habrá otra cosa que salga, eso es inevitable.
¿Quién es responsable de la desinformación?: ¡eres tú, joder!
Entre mis lecturas favoritas de estas últimas semanas se encuentra 33 revoluciones por minuto de Dorian Lynskey. El libro de Lynskey es una informadísima obra sobre el desarrollo de la canción protesta a partir de la década de 1930. Centrada en el ámbito anglosajón (excepto tres capítulos), la obra no es sólo un libro de música: también es en buena medida un repaso a las convulsiones recientes de nuestro mundo occidental, y cómo esas convulsiones fueron interpretadas, analizadas y digeridas por músicos de diversos estilos en un esfuerzo de darles sentido y de combatirlas.
Con su extensión y el buen hacer de Lynskey, la obra tiene momentos memorables. Uno de los que más me llamó la atención fue el capítulo dedicado a la banda galesa Manic Street Preachers y a su canción Of walking abortion, escrita por el desaparecido Richey James Edwards e incluida en el álbum de 1994 The Holy Bible.
Para Lynskey, la canción de los Manic es destacable porque parece invertir la lógica de lo que se suele considerar canción protesta:
El principio subyacente de prácticamente todas las canciones protesta es que la gente es esencialmente buena y sólo necesita que la liberen de unos pocos individuos malvados. Sin embargo, On Walking Abortion sostiene que la gente es débil y egoísta y que es ella la que crea estos monstruos […] (p. 738)
Comenta Lynskey que el “asco moral” que impregna todo el disco se fraguó en una visita de la banda a los campos de concentración alemanes de Dachau y Bergen-Belsen. Lynskey recoge las declaraciones de otro de los miembros de la banda, Nicky Wire:
Existe una filosofía dominante detrás del álbum entero: el mal es una parte esencial de la condición humana y el único modo de superarlo consiste en reconocer todas las hipocresías, todos los males, reconocerlos en nosotros, lo cual, me parece, no es una visión muy progresista. (p. 736)
Lynskey tiene razón al afirmar que toda la rabia y la denuncia de On Walking Abortion, y del disco en general, se condensa en las frases finales de la canción, aulladas por el cantante James Dean Bradfield:
Who is responsible? You fucking are! [¿Quién es el responsable? ¡Eres tú, joder!]
Las reflexiones en torno a On Walking Abortion y esas tremendas frases finales resuenan en mi memoria con fuerza estos días a cuento de la polémica de las noticias falsas en Facebook.
Sigue leyendo «¿Quién es responsable de la desinformación?: ¡eres tú, joder!»
«Nueva economía», viejos prejuicios raciales
Determinadas compañías tecnológicas están llevando a cabo lo que ya se considera una revolución en la economía: la economía colaborativa. Basada en el compartir servicios más que en adquirir bienes, compañias como Uber, Lyft o AirBnB están atrayendo mucha atención, no sólo por sus innovadores modelos de gestión, sino por sus agresivas tácticas empresariales y por los posibles efectos sociales y económicos de sus prácticas.
La atención que reciben dichas empresas en ocasiones se concreta en estudios muy específicos que muestran su lado más sombrío. Es el caso de un trabajo reseñado por Gene Demby para npr, en el que se muestra los prejuicios raciales que se dan en las aplicaciones de transporte colaborativo. Sigue leyendo ««Nueva economía», viejos prejuicios raciales»
Hay un prejuicio de género en cómo percibimos el genio creativo
Parece que la conciencia sobre las cuestiones relativas a la discriminación contra la mujer ha ganado impulso en nuestras sociedades: reivindicaciones salariales, de conciliación de vida familiar y laboral, de una mayor equidad en la vida social y privada, protestas por la poca presencia de mujeres en diversos ámbitos de la vida pública,…
Dichos fenómenos son una buena noticia, pero como se suele decir en estos casos aún queda mucho por hacer. Buena parte de esa tarea pendiente pasa por combatir determinadas concepciones o prejuicios que forman parte de nuestro día a día y que manejamos de manera inconsciente.
Un estudio de octubre de 2016, reseñado brevemente por Joanna Klein en el New York Times y de manera más extensa por Alasdair Wilkins en Vocativ, muestra uno de esos prejuicios latentes en lo referente a nuestra valoración del genio creativo. Sigue leyendo «Hay un prejuicio de género en cómo percibimos el genio creativo»