Crítica al pensamiento crítico

El llamado pensamiento crítico lleva ya varios años de la máxima actualidad. El pensamiento crítico es visto como una capacidad clave para los ciudadanos del siglo XXI, un tipo de reflexión que nos ayudaría a adaptarnos a unos tiempos en los que los cambios se suceden cada vez con mayor premura. Pero además el pensamiento crítico también es alabado como una competencia que nos permitiría aprender a aprender, diferenciar entre la información valiosa y la falsa (véase la alarma por las fake news o noticias falsas), y contribuir a crear una ciudadanía más y mejor informada que contribuya a crear mejores democracias.

Pero en no pocas ocasiones la alabanza al pensamiento crítico se realiza sin considerar lo que éste implica, o lo que pueda ser la actividad de la crítica y del pensamiento en sí mismas. Sobre eso es de lo que nos habla el filósofo y pedagogo Gregorio Luri en uno de los capítulos de su libro La escuela no es un parque de atracciones. Sigue leyendo «Crítica al pensamiento crítico»

Sobre el culto a lo nuevo y a lo fácil

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En nuestras sociedades imbuidas por el espíritu del capitalismo, por internet y las pantallas, la novedad parece ser contemplada siempre como un valor positivo. Las retóricas que alimentan ámbitos como la gestión empresarial, el mundo del trabajo e incluso cada vez más la gestión personal y la autoayuda, nos hablan de la necesidad de adaptarse a los cambios, de las oportunidades insospechadas que nos trae lo nuevo sólo con que tengamos la mente abierta para saber aprovecharlas.

Tanta publicidad se da a lo nuevo, que parecería necesario divulgar más la existencia de un término que captura la fascinación por la novedad: la novolatría. Sigue leyendo «Sobre el culto a lo nuevo y a lo fácil»

Cuando la razón es un arma arrojadiza

Si sigues con cierta frecuencia en redes sociales los debates sobre la actualidad quizá te hayas topado con una tendencia curiosa: una especie de diálogo de sordos, en la que todo el mundo acusa a todo el mundo de ser irracional.

Es un fenómeno que se concreta de formas variadas, algunas más llamativas que otras. Por ejemplo: la utilización  de citas de escritores / pensadores que claman por la irracionalidad de  la gente por parte de personas que mantienen puntos de vista que, al menos en parte, bien podrían ser poco razonables; las acusaciones a los otros de no tener en cuenta la evidencia, aun cuando se esté utilizando la evidencia de una manera muy parcial y sesgada; las acusaciones morales mezcladas con juicios sobre la poca inteligencia ajena, aun cuando la postura que se defiende sea tan dudosamente moral como aquella que se ataca;… Y así un sinfín de otros pequeños ejemplos cotidianos.

Es una de esas cuestiones en las que más vale intentar no moralizar ni aleccionar: todos somos susceptibles de caer en según qué comportamientos, incluidos éste. Aun así, sin ánimo de moralizar, parece interesante intentar profundizar un poco en el fenómeno.

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Las personas con más educación tienen creencias más polarizadas en temas científicos controvertidos

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Uno de los remedios a los que se apela con más frecuencia para intentar paliar los prejuicios que socavan nuestras sociedades es la educación: gracias a ella, se dice, los individuos tienen la oportunidad de poner en marcha el pensamiento crítico, de juzgar por sí mismos y de combatir la ignorancia.

Pero parece que la relación entre la educación y los prejuicios es menos directa de lo que quedríamos. Según un reciente trabajo de investigadores de la Carnegie Mellon University, una mayor educación puede llevar a tener creencias más polarizadas, y no menos, en cuestiones científicas relacionadas con la identidad individual.

Los investigadores, Caitlin Drummond y Baruch Fischhoff utilizaron datos de la General Social Survey, una encuesta nacional de EEUU financiada por la National Science Fundation. Drummond y Frischhoff examinaron las creencias sobre seis cuestiones (investigación en células madre, el big bang, la evolución humana, los alimentos transgénicos, la nanotecnología y el cambio climático), poniéndolas en relación con tres indicadores del nivel de educación: la titulación obtenida, las clases de ciencia recibidas en el instituto y en la escuela y la aptitud general para los hechos científicos.

Drummond y Frischhoff hallaron que en cuatro de esas cuestiones, la investigación en células madre, el big bang, la evolución humana, y el cambio climático, los individuos con mayor educación tenían creencias más polarizadas. Escribe Drummond en una reseña del estudio para Science Magazine:

Sólo podemos especular sobre las causas subyacentes […]. Una posibilidad es que las personas con más educación es más probable que sepan lo que se supone que tienen que decir, en cuanto a esos temas polarizados, para expresar su identidad. Otra posibilidad es que tengan más confianza en su habilidad para argumentar su postura.

 

Da que pensar: El resultado del estudio de Drummond y Frischhoff es llamativo, pero viene a sumarse a algo que el movimiento escéptico viene afirmando en los últimos tiempos: la lucha contra la irracionalidad no sólo es una cuestión de educación. Y es que las creencias irracionales también campan a sus anchas entre los sectores de la población con más educación. Es algo sobre lo que ya traté en la entrada Los límites del pensamiento crítico y el poder de la educación.

Tal y como mencionaba en aquel artículo, quizá no haya que caer en un excesivo cinismo: gracias a la educación, o en buena parte gracias a ella, se han conseguido avances sociales y de conocimiento en una buena cantidad de ámbitos importantes. Lo que sucede es que parece que siempre vayamos a encontrarnos con un muro de prejuicios enraizados en nuestra personalidad que la educación, la racionalidad y los datos no pueden traspasar.

Puede que, como también apuntada en aquel artículo, parte de la solución en la lucha contra los prejuicios y la irracionalidad esté en la comunicación. Como afirma el médico Vicente Baos:

El desprestigio social es lo que funciona. Convencer a un homeópata de que lo suyo no es nada resulta imposible porque es una creencia arraigada y la gente tiende a evitar las disonancias cognitivas, es decir, a rechazar lo que va en contra de sus creencias más profundas. Un ejemplo serían las famosas pulseritas Power Balance, la gente que las usaba empezó a no hacerlo cuando se creó la sensación de que era un poco ridículo. La inmensa mayoría de la gente lo abandonó, independientemente de si antes creía que hacía algo o no. Pero si el pensamiento social es crítico, algo se abandona y se olvida. Aunque habrá otra cosa que salga, eso es inevitable.

La filosofía «profunda», ¿ha de ser oscura y difícil de entender?

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En el mundo de las ideas hay autores cuya dificultad de comprensión es casi mítica. La filosofía parece un campo donde abundan los ejemplos, todos ellos considerados autores de referencia: autores clásicos como Kant, Hegel o Heidegger; modernos como Derrida y Wittgenstein; e incluso contemporáneos como Slavoj Zizek.

La pregunta razonable es entonces si la filosofía es una actividad intrínsecamente difícil y por ello difícil de comprender. El filósofo Keith Frankish opina en un ensayo para Aeon que la dificultad de comprensión no tiene por qué ser connatural a la filosofía, y que si ésta se produce puede que se deba más bien a otro tipo de vicios.

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No vivas el momento, o contra la dictadura del mindfulness

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En los tiempos de ansiedades varias en los que vivimos, casi que parece comprensible el repunte que se ha producido en la divulgación de estilos de vida supuestamente más saludables. Esos estilos incluyen cosas tan variadas como dietas, ejercicios, actitudes mentales más «positivas» y, cómo no, el mindfulness.

Con su insistencia en vivir el momento,  o estar plenamente en el momento presente, el mindfulness parece haber conectado con las necesidades emocionales de miles de personas. Y no sólo eso: es una filosofía que ha sido adoptada por las más variopintas figuras sociales, desde líderes de opinión hasta gurús y emprendedores. Con tan amplia aceptación, era de esperar que surgieran voces críticas con esta práctica, como es el caso de Ruth Wippman, autora de America The Anxious, que en un artículo para The New York Times dedica unos párrafos a la cuestión del mindfulness. Sigue leyendo «No vivas el momento, o contra la dictadura del mindfulness»

Los límites del pensamiento crítico y el poder de la comunicación

Parece que el pensaminto crítico se está asumiendo como una necesidad de primer orden para los individuos en nuestras sociedades. La tendencia viene de una cierta inercia de los pasados años, pero se ha acentuado con fenómenos como las fake news (o noticias falsas).

Esa necesidad sentida es algo a celebrar, sin duda. Pero por desgracia quizá incluso el pensamiento crítico se nos quede corto a la hora de combatir la irracionalidad.

Eso es lo que daba a entender un  artículo del día 21 de febrero en el blog Magonia, con el título Engañarnos es muy fácil Sigue leyendo «Los límites del pensamiento crítico y el poder de la comunicación»

Estrategias para cambiar de opinión de manera racional

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Uno de los peligros para el deseo de obtener creencias racionales sobre el mundo es, paradójicamente, el deseo de tener razón. O al menos eso es lo que expone Julia Galef en un post de hace ya unos años, en el blog sobre escepticismo y racionalidad Rationally Speaking.

Galef comenta que una de las ironias del racionalismo es que, si se quiere estar en lo cierto es preferible dejar de preocuparse por estar siempre en lo cierto en cualquier desacuerdo. Sigue leyendo «Estrategias para cambiar de opinión de manera racional»