Una mayor igualdad económica siempre ha venido acompañada de tristeza

No podemos saber con certeza si los próximos años estarán exentos de las sacudidas violentas que han salpicado la historia desde los albores de la civilización. Siempre cabe la posibilidad, por pequeña que sea, de que una gran guerra o una nueva peste negra destruya el orden establecido y altere la distribución de ingresos y riqueza. Lo mejor que podemos hacer es identificar la predicción más prudente, y es esta: los cuatro igualadores tradicionales [la guerra de masas, el desmoronamiento de estados, las epidemias de gran mortalidad y las revoluciones sociales] han desaparecido por ahora y es improbable que vuelvan en breve. Esto arroja serias dudas sobre la viabilidad de una equiparación en el futuro. Muchos factores contribuyen a las repercusiones históricas y la historia de la nivelación no es una excepción: las medidas institucionales han sido fundamentales para determinar las consecuencias distributivas de las sacudidas compresoras.[…].

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¿Estamos psíquicamente preparados para resistir la desaparición del trabajo?

[Si se generaliza la suplantación de los trabajadores humanos por máquinas] descubriremos algo más. Necesitábamos el trabajo, aunque no en el trillado sentido de la dignidad del trabajo.

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OK, Millenial: «los Boomers son la mejor generación de la historia»

El meme OK boomer se ha convertido en los últimos tiempos en una de las formas más habituales mediante las que se vehicula el conflicto intergeneracional.

Según el artículo de la Wikipedia:

La frase «OK Boomer» es una réplica peyorativa utilizada para descartar o burlarse de las actitudes de mente estrecha, anticuadas, negativas o condescendientes de las personas mayores, en particular los baby boomers. El término se ha utilizado como una réplica para la resistencia percibida al cambio tecnológico, la negación del cambio climático,3​la marginación o exaltación de las minorías o la oposición a los ideales de las generaciones más jóvenes. En resumen, las personas que no les gusta aceptar críticas ni contrastar sus ideas […]

Como puede verse, pues, una forma de denostar lo que se percibe como un cierto paternalismo anticuado por parte de las personas mayores hacia los más jóvenes.

En un artículo para Newsweek, Sam Hill defiende a la generación de los más mayores frente a los ataques de los millenials, argumentando que su generación es la responsable de grandes avances de los que ahora se benefician los millenials. Sigue leyendo «OK, Millenial: «los Boomers son la mejor generación de la historia»»

¿Por quién preferirías ser reemplazado en el trabajo: por otro humano o por un robot?

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Image by Michal Jarmoluk from Pixabay

La automatización se ha convertido en una de las mayores preocupaciones para miles de trabajadores. Y es que a medida que avance el uso de tecnologías como la inteligencia artificial, se espera que los robots sustituyan a un gran número de trabajadores cuyos puestos de trabajo sean susceptibles de ser automatizados.

Aunque los debates de alto nivel sobre política y economía en torno a la automatización se han vuelto frecuentes, menos habitual es preguntar a los trabajadores cuáles son sus emociones y sentimientos sobre la cuestión. Algo que parece importante si se quiere llevar a cabo una gestión a largo plazo del problema que minimice en la medida de lo posible los trastornos que pueda provocar el fenómeno.

Por eso es interesante un estudio reseñado por Emily Reynolds en BPS Research Digest cuyos resultados muestran los sentimientos complejos que podría despertar el nuevo panorama laboral. Sigue leyendo «¿Por quién preferirías ser reemplazado en el trabajo: por otro humano o por un robot?»

El consumo conspicuo y las guerras por el estatus social son muy anteriores al capitalismo

The sum of small things

Puede que el consumo conspicuo nos parezca un espectáculo auténticamente capitalista, posterior a la revolución industrial, pero los humanos se han enzarzado en guerras por el estatus desde los inicios de la civilización. […]

El estudio de la antigua sociedad romana de Andrew Wallace-Hadrill demuestra que el consumo conspicuo estaba vivo y coleando con anterioridad al 79 a.C. Los menos afortunados emulaban a las clases sociales más altas, muchos cientos de años antes de la llegada de los televisores y de los baratas cuotas mensuales de pago por tarjeta que ofuscan a las clases sociales actuales. En su estudio arqueológico de los tempranos hogares de Pompeya y Herculano, los cuales variaban en tamaño y número de habitaciones, halló que “los mismos marcadores de estatus que se encuentran en las casas más grandes también se encuentran, aunque más raramente, en las más pequeñas”. Por ejemplo, Wallace-Hadrill señala que los más ricos alardeaban en sus casas de decoración, un símbolo muy básico de estatus, una decoración que era imitada por los pobres, incluso cuando éstos tenían poco espacio o medios para hacerlo. Más tarde, durante el periodo imperial romano, al tiempo que Roma se iba tornando más rica y poderosa, la prevalencia de la decoración se hizo mayor y más democrática. Los hábitos de los ricos eran imitados más conscientemente por los plebeyos con aspiraciones. Wallace-Hadrill observa que al tiempo que las clases más bajas obtienen acceso a formas de decoración, las diferencias en calidad entre aquello que exhiben las clases más altas y las más bajas se hacen mucho mayores, sugiriendo que las élites usan materiales raros o métodos inusuales como forma de proclamar su posición social, puesto que los bienes conspicuos por sí mismos ya no son un indicador de estatus. Por ejemplo, los mosaicos eran difíciles de crear, imposibles de falsear, y arduos de ejecutar sin las habilidades o los materiales adecuados, y por eso permanecieron como un raro marcador de estatus de élite. […]

El uso de la decoración para sugerir e imitar estatus continuó por toda Europa durante el siglo XVII. Bajo el imperio holandés, dos tercios de los hogares de Delft poseían al menos un lienzo pintado – una decoración que inicialmente marcaba un estatus de élite y que fue imitada por los menos pudientes. En la Francia prerevolucionaria, la clase media emulaba a los aristócratas utilizando papel pintado diseñado para emular los tapices, estuco para simular mármol, y porcelana que aparentaba ser oro. Incluso se podría simular tener una librería instalando encuadernaciones en espiral falsas en la pared. Las mujeres imitaban el estilo de peinado de Maria Antonieta en un esfuerzo por estar más cerca de la realeza. Casi un siglo más tarde, las medias de seda de las cortesanas de la Inglaterra victoriana fueron rápidamente imitadas por las mujeres de clase trabajadora en la forma de medias de hilo de lana […].

Sin duda todos estos ejemplos demuestran la imitación en el sentido aspiracional – versiones de menor calidad de los bienes de las élites hechas a propósito para comunicar estatus. […] En resumen, desde los inicios de la civilización humana documentada es evidente el deseo de demostrar estatus, o de imitar y asemejarse a las clases sociales altas. O como me contó Wallace-Hadrill en una entrevista: “Podemos confirmar completamente que el consumo conspicuo se dio en la sociedad precapitalista. Es un punto de vista muy pintoresco considerarlo como capitalista”. (pp. 7-8)

 

Las citas son una traducción propia del original inglés.

Los microcréditos son un fracaso en la lucha contra la pobreza

Desde al menos la década de 1990, los microcréditos (MC para abreviar) se han publicitado ampliamente como el instrumento más poderoso en la lucha contra la pobreza.

La creencia en su efectividad ha sido avalada por personalidades públicas, instituciones financieras, ONGs y filántropos de todo tipo. Puede que parte de su atractivo resida en su aparente sencillez: una institución microfinanciera (IMF) presta una pequeña cantidad de dinero a una persona pobre con el fin, se dice, de que ésta lo pueda invertir en actividades de emprendimiento que genere beneficios económicos con los que combatir su situación.

Impulsores de los MC, como el economista Muhammad Yunus, alcanzaron el estatus de verdaderos gurús de la lucha contra la pobreza (a Yunus se le otorgó el Premio Nobel de la Paz en 2006).

No obstante, los MC encierran una realidad más oscura: su ineficiencia para combatir aquello para lo que supuestamente fueron creados, la pobreza. Y no sólo eso: los MC han dado lugar a prácticas abusivas y de explotación de los pobres, han contribuido a perpetuar la pobreza de amplias capas de la población de aquellos países en los que se han implantado, han erosionado la cooperación internacional y los programas de desarrollo, y han propiciado el enriquecimiento personal de directivos y dirigentes de IMF.

De todo ello nos habla el experto en MC Carlos Gómez Gil en su obra El colapso de los microcréditos en la cooperación al desarrollo (podéis leer una breve reseña de la obra en esta entrada del blog Culturofilia).

El colapso de los microcréditos

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La desigualdad económica no es mala en sí misma (según el filósofo Harry Frankfurt)

En los tiempos en los que vivimos hay un problema que preocupa y mucho: la desigualdad económica. Las noticias nos hablan sobre cómo la desigualdad se ha incrementado en el mundo tras la crisis económica de 2008: unos pocos parecen haber recibido un sustancial incremento de rentas, mientras que la gran mayoría sufre cada vez más dificultades para sostener un nivel de vida digno.

No es de extrañar, pues, que abunden las propuestas para reducir la desigualdad, y especial atractivo parece tener la idea de que la renta debería ser distribuida de una manera más igualitaria. Aunque quizá ese objetivo sea equivocado, y la desigualdad no sea un problema en sí misma. Eso es lo que sostiene el filósofo Harry Frankfurt en su breve libro Sobre la desigualdad.

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Atrapados por La Gran Desilusión (y cómo escapar de ella)

Vivimos en una época de crisis, en eso parece haber un amplio consenso. Lo que parece más difícil es acertar en los motivos de esa crisis. Parece lógico pensar que el crash económico de 2008 y sus efectos a largo plazo son en buena parte responsables de la percepción de crisis que nos invade. Aunque es difícil que la crisis económica de por sí explique en su totalidad esa especie de desazón y desencanto para con instancias tan dispares como la democracia, el gobierno, los medios de comunicación, el capitalismo,…

Diversos analistas se han enfrascado en intentar desentrañar el origen de la desazón. Algunos incluso han decretado el final del proyecto ilustrado, la muerte del liberalismo e incluso de la misma democracia.

De entre los análisis recientes, el que Javi Gómez presenta en su libro La Gran Desilusión es llamativo porque se aparta de la tendencia general a buscar al culpable en instancias como el capitalismo, para dirigir la responsabilidad hacia nosotros mismos. Una responsabilidad de origen psicológico, por así decir.

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Las nuevas tecnologías no están acelerando el tiempo

Los sociólogos son uno de los grupos estrella de nuestro panorama mediático y cultural. Quizá sea porque, en tiempos de incertidumbre, necesitamos recurrir a personas que nos muestren algo de luz en el camino, gracias a la fuerza de su discurso y de su autoridad moral.

Sorprende, no obstante, la falta de sustancia de no pocos discursos de sociólogos mediáticos. Una falta de sustancia que tiene su reflejo en el poco uso de datos que sostengan según qué afirmaciones. Es como si los discursos se bastaran a sí mismos para justificarse, sin necesidad alguna de una referencia a la realidad.

Es por eso que libros como Esclavos del tiempo, de Judy Wacjman, son tan notables. Wacjman trata un tema muy en boga: la supuesta aceleración que las nuevas tecnologías están imponiendo a nuestras sociedades y, en consecuencia, a nuestros ritmos vitales. Pero lo hace utilizando no sólo un discurso elaborado sino también datos y estudios, para formar un argumento sólido cuya principal conclusión es que, a pesar de la ansiedad por la aceleración, el panorama es más complejo y variado.

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