Con los efectos de la globalización y tras la (aún muy presente) crash económico de 2008, lo que identificamos como la izquierda política parece sumida en una crisis ante la pérdida de confianza de los votantes tradicionales.
A ese fenómeno se le ha venido a sumar otro con posibles consecuencias también fuertes: la llamada política de la identidad.
La idea que encierra el concepto es que ahora los individuos, más que identificarse a sí mismos mediante coordenadas tradicionales como la clase social, lo hacen a través de la adscripción a grupos específicos, como el sexo, la raza o el tipo de dieta.
Varios analistas han señalado que el mayor efecto pernicioso de la política de la identidad sobre la izquierda tradicional es despojar a la clase trabajadora de un sentido de la identidad colectiva, puesto que las identidades cada vez están más fragmentadas y basadas en intereses particulares. Y, con ello, se torna cada vez más difícil la posibilidad de una acción colectiva que contrarreste las injusticias de clase que, con la excusa de la crisis, cada vez se han vuelto más gravosas.
El escritor y periodista Daniel Bernabé realizó su particular análisis del fenómeno en su obra La trampa de la diversidad, un libro que le ha valido elogios pero también fuertes críticas por parte de la misma izquierda.

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