Contra la mitificación de los beneficios de la lectura

Leer nos hace mejores personas; leer nos hace más libres; leer nos hace más demócratas; y nos permite conocer otras vidas y lugares; y así un notable reguero de afirmaciones sobre los efectos beneficios de la lectura.

Pero, ¿hay base para sostener esas afirmaciones?; ¿están justificados esos supuestos efectos?; ¿quién y por qué defiende tales sentencias?

En buena parte eso es lo que trata de responder Víctor Moreno en su obra La manía de leer.

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Si no se arroja a las masas unas cuantas novelas, quizás acaben por reaccionar exigiendo unas cuantas barricadas

[…] a veces, lo que se pretende es ajustar el mundo a lo que uno ha soñado. Y nadie con dos dedos de frente intentará acomodar el mundo, la realidad objetiva en la que vive, a sus ensoñaciones, especialmente si éstas nacen de la lectura de una novela.

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El papel de la educación en el consumo cultural

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¿Qué relación hay entre la educación y el ingreso, por un parte, y el consumo cultural por la otra? ¿Qué es más importante en las pautas de consumo cultural, la educación o el ingreso?

Los investigadores Juan Prieto Rodríguez, María José Pérez Villadóniga y Sara Suárez Fernández son los responsables de dos interesantes artículos al respecto. Sigue leyendo «El papel de la educación en el consumo cultural»

La invención de la «lectura de playa»

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El verano parece la época ideal para abandonarse a la lectura. Más en concreto a las “lecturas de playa”, una expresión con la que en ocasiones se identifican libros e historias, normalmente novelas, sin grandes pretensiones más allá de hacernos pasar un rato agradable.

Hoy día parece un fenómeno bien establecido, pero ¿cuándo las lecturas de verano empezaron a ser consideradas como tales?

Katy Waldman en un artículo para The New Yorker nos da algunas pistas sobre la emergencia de este fenómeno cultural. Sigue leyendo «La invención de la «lectura de playa»»

Sobre el culto a lo nuevo y a lo fácil

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En nuestras sociedades imbuidas por el espíritu del capitalismo, por internet y las pantallas, la novedad parece ser contemplada siempre como un valor positivo. Las retóricas que alimentan ámbitos como la gestión empresarial, el mundo del trabajo e incluso cada vez más la gestión personal y la autoayuda, nos hablan de la necesidad de adaptarse a los cambios, de las oportunidades insospechadas que nos trae lo nuevo sólo con que tengamos la mente abierta para saber aprovecharlas.

Tanta publicidad se da a lo nuevo, que parecería necesario divulgar más la existencia de un término que captura la fascinación por la novedad: la novolatría. Sigue leyendo «Sobre el culto a lo nuevo y a lo fácil»

La beatificación de lo popular como progresista, o el mito de la cultura popular

Con los efectos de la globalización y tras la (aún muy presente) crash económico de 2008, lo que identificamos como la izquierda política parece sumida en una crisis ante la pérdida de confianza de los votantes tradicionales.

A ese fenómeno se le ha venido a sumar otro con posibles consecuencias también fuertes: la llamada política de la identidad.

La idea que encierra el concepto es que ahora los individuos, más que identificarse a sí mismos mediante coordenadas tradicionales como la clase social, lo hacen a través de la adscripción a grupos específicos, como el sexo, la raza o el tipo de dieta.

Varios analistas han señalado que el mayor efecto pernicioso de la política de la identidad sobre la izquierda tradicional es despojar a la clase trabajadora de un sentido de la identidad colectiva, puesto que las identidades cada vez están más fragmentadas y basadas en intereses particulares. Y, con ello, se torna cada vez más difícil la posibilidad de una acción colectiva que contrarreste las injusticias de clase que, con la excusa de la crisis, cada vez se han vuelto más gravosas.

El escritor y periodista Daniel Bernabé realizó su particular análisis del fenómeno en su obra La trampa de la diversidad, un libro que le ha valido elogios pero también fuertes críticas por parte de la misma izquierda.

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La falacia lógica del gusto, o ¿qué tienen de malo las historias Disney?

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Cuando hablamos de cultura hay una tendencia cuando menos curiosa. Todos parecemos defender la necesidad de que cada cual desarrolle un gusto cultural autónomo, y afirmamos lo poco adecuado de criticar el gusto personal desde posturas que se parecen al elitismo rancio de otros tiempos. Pero, al mismo tiempo, en ocasiones parecemos dar un paso atrás con respecto a esa idea, al criticar determinadas pautas de consumo y los valores que creemos que reproducen. Es como si estuviéramos convencidos de la necesidad de que la gente piense por sí misma y llegue a sus propias conclusiones, sólo para criticar esas mismas conclusiones cuando no nos gustan o nos parecen erróneas.

Algo que en sí mismo es una contradicción: si defendemos el derecho de cada cual a crearse un gusto propio, entonces todos los gustos son no-criticables, con independencia de las pautas de consumo o de las ideas que esas pautas lleven asociadas; y si criticamos algunas pautas de consumo porque las consideramos de algún modo erróneas, fallidas, o perniciosas, entonces no estamos a favor de que cada cual desarrolle un gusto propio, y exprese su consumo en libertad. Voy a llamar a este embrollo la falacia lógica del gusto.

Me explicaré tomando como ejemplo una obra reciente: La lectura: entre el paper i les pantalles, de Gemma Lluch. (La lectura: entre el papel y las pantallas)

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