Nos encontramos conectados a inmensos repositorios de conocimiento, pero aún no hemos aprendido a pensar

La principal onda portadora de progreso durante el último siglo ha sido la propia idea central de la Ilustración: que más conocimiento -más información-, lleva a mejores decisiones; donde uno puede por supuesto, dar a ese «mejores» la definición que sea de su gusto. A pesar de los embates de la modernidad y la posmodernidad, esta idea central ha acabado por definir no solo aquello que se ha implementado, sino incluso lo que se considera posible para las nuevas tecnologías. Internet, en su juventud, se describía a menudo como una «autopista de la información, un conducto para el conocimiento que, con las luces parpadeantes de los cables de fibra óptica, ilumina el mundo. Cualquier dato, cualquier cuanto de información, está disponible con un toque de teclado; o eso hemos querido creer.

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La lógica del «selfista»: el aplastamiento de los demás mediante la maximización del amor público

El selfie mostrado en las redes sociales es la nueva ideologia de nuestra época: lo que el escritor italiano Andrea Inglese denomina «la única pasión legítima, la de la autopromoción permanente». Existe una jerarquía aristocrática decretada por el selfie.

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Discrepar de la muchedumbre es como no vivir

[…] en las aristocracias los hombres poseen con frecuencia mucha grandeza y fuerza personal. Cuando se encuentran discordes con la mayoría de sus compatriotas se retiran a su propio círculo, donde encuentran apoyo y consuelo. Esto no sucede en los países democráticos. En estos el favor público parece tan necesario como el aire que respiramos, y discrepar de la muchedumbre es como no vivir. La muchedumbre no necesita leyes para coaccionar a los que no piensan como ella. Le basta la desaprobación pública. La sensación de soledad e impotencia los sobrecoge y los hace desesperar.

Cita de La democracia en América, de Alexis de Tocqueville

Un papel europeo antiguo podría ser una prenda interior medieval reciclada

En esa época [alrededor de 1230] el papel se hacía en Francia e Italia, donde halló su principal hogar en Europa.

En los primeros años, el oficio se centra en Fabriano, en el centro este de Italia, una zona famosa por sus rápidas corrientes de agua pura y por su industria de forja de metales. [..] Las fibras requeridas se encontraban a menudo en la tela usada para la ropa interior, más fina. Menuda ocurrencia, cuando tiene uno en la mano un papel europeo antiguo, pensar que a lo mejor está inspeccionando una prenda interior medieval reciclada.

Con el paso del tiempo, las imprentas engendraron una amplia demanda de papel y los trapos empezaron a escasear. Las ciudades promulgaron leyes que concedían a sus manufactureros locales el derecho de ser los primeros en elegir los trapos en su área; en cierto momento, hasta se prohibió enterrar a la gente con ropa que pudiera servir para fabricar papel.

(p. 116)

Cita extraída de la obra Historia de la escritura, de Ewan Clayton.