A Ghost Story, y el imposible sentido de la vida

A no ser que el lector sea creyente de una de las grandes religiones monoteístas, o de determinadas creencias transmundanas, he aquí una verdad incontrovertible: un día moriremos. No sólo nuestro cuerpo, sino también nuestra conciencia desaparecerán. Y nos convertiremos en polvo. En nada.

En cierto sentido, quizá se puede decir que continuamos viviendo mientras haya alguien que nos recuerde. Puede que ello sea lo que lleva a tantas personas a preocuparse por su legado, por su impacto en la vida de los demás, más allá de las rutinas propias del día a día o de las emociones y vivencias menos rutinarias.

Así puede que nuestros amigos, nuestros familiares directos (como nuestros hijos o nietos) o nuestras parejas sean las encargadas de mantenernos “vivos”. Pero, ¿qué pasa cuando con el pasar del tiempo esas personas, a su vez, ya no estén? Nuestro recuerdo y, al fin, nosotros mismos, habremos desaparecido por siempre más, y nada en la Tierra ofrecerá un indicio de nuestra existencia.

No es un pensamiento agradable precisamente. Como animales que tenemos consciencia de nosotros mismos, de nuestro devenir, y una cierta sensibilidad para nuestro lugar en (llamémoslo así) el gran cuadro del cosmos, puede que en algún momento tengamos que lidiar con la certeza de la muerte y el olvido. Y que tengamos que hacerlo seriamente, ya sea para sublimarla, afrontarla o para llevar a cabo alguna especie de exorcismo.

Para el director David Lowery parece que su estrategia particular de afrontamiento pasó por grabar la película A Ghost Story.

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¿Qué es, en realidad, el fascismo?

Por motivos de los más variados, las palabras fascista y fascismo están de moda (si es que alguna vez dejaron de estarlo realmente).

Y no sólo por el auge de movimientos ultraderechistas en toda Europa, sino por el uso indiscriminado que en estos tiempos de polarización política se está haciendo de dichos términos. Un buen número de personas no duda en utilizar la etiqueta para calificar a aquellas otras personas o representantes políticos que parecen violar normas o comportamientos democráticos, aunque en ocasiones esa supuesta violación sea más percibida que real (cuando no directamente un producto de la manera tendenciosa con que evaluamos la información política que nos desagrada).

Parece pues un momento en el que sería razonable replantearnos qué es el fascismo, o qué se ha venido considerando como fascismo durante estas últimas décadas, para al menos centrar la discusión y ser capaces de diferenciar el fascismo de otras actitudes intolerantes o discutibles moral y políticamente hablando.

Una buena obra que nos puede ayudar a este fin es Anatomía del fascismo, de Robert O. Paxton.

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