Supongo que es inevitable que, al llegar a cierta edad, nos preguntemos qué es la vida. Quiero decir, que nos preguntemos cuál es el sentido de todo: ¿la vida era sólo esto, un ir pasando las etapas que se supone que todos hemos de pasar?; ¿o quizá tendría que haber hecho más de aquello que hice, “vivir más”, como aquel que dice?
Seguro que es la conciencia del paso irreversible del tiempo aquello que nos provoca estas reflexiones, unos pensamientos que pueden acabar generando la tan temida crisis de la mediana edad. No todo el mundo la padece, pero seguro que es un fenómeno bastante extendido: al fin y al cabo, ¿quién no se ha interrogado nunca por el sentido de su vida? Este carácter general hace que la crisis existencial de los cuarenta (o cincuenta) sea uno de los materiales favoritos de muchos creados para sus historias. En España hay un creador en particular que destaca por el tratamiento del fenómeno: el cineasta Cesc Gay.
Las películas de Gay parecen variaciones del tema de la crisis vital. Historias de hombres y mujeres que han llegado a aquel punto en el cual las preguntas parecen ser más que las certezas, aunque sus vidas tendrían que transcurrir en la normalidad y la estabilidad que, se nos acostumbra a decir, proporciona la edad.
Ficción, una obra de 2006 dirigida por Gay y escrita junto a Tomàs Aragay, también gira en torno a la crisis existencial. Pero el carácter que Gay le otorgó la hace especial en cierto sentido. En seguida me explico. Primero, el argumento…
Álex (Eduard Fernández) es un cineasta cercano a los cuarenta. Casado, padre de familia, Álex se instala unos días en la casa de un amigo, Santi (Javier Cámara), en la localidad catalana de la Cerdanya. La idea de Álex es encontrar la tranquilidad necesaria para acabar uno de sus guiones. Álex también se reencontrará con Judith (Carme Pla), y conocerá a una amiga de ésta, Mónica (Montse Germán).
El primer encuentro conjunto de los cuatro se produce en una cena. Álex trata de explicar a sus amigos el argumento de la película que quiere hacer: una reflexión de un grupo de personajes de su misma edad sobre ellos mismos, “el momento que viven, sus cosas…”. “Sus crisis”, le interrumpe Judith. “Sí, sus crisis”, confirma Álex. En este punto se produce un diálogo que deja bien claro el estado anímico en el que se encuentra Álex:
– Santi: ¿Estás en crisis?
– Álex: Como todo el mundo, ¿no?… Supongo, ¿no? Está clasificado como “crisis de identidad”
– Judith: ¿Qué quieres decir con “crisis de identidad”?
– Álex: Saber quién eres, saber quién eres de verdad, no lo que querías ser, sino asumir las decisiones que has tomado
Álex no es el único que está sufriendo una crisis de identidad. Los cuatro, a su manera y por sus motivos, la sufren. Quizá eso favorece que entre Mónica y Álex surja una historia de amor, una historia madura, hecha de silencios, de miradas y sobre todo de renuncias.
De hecho, el silencio es un recurso fundamental en Ficción. El paisaje de montañas de la Cerdanya, los espacios abiertos, la niebla y la lluvia, todo se une para dotar a la historia de un carácter pausado, lento incluso. El silencio además permite que, aun a pesar de la profundidad de las cuestiones que se plantean los personajes, y las emociones que acompañan a éstas, la historia se desarrolle sin grandes tragedias ni golpes de efecto.
Ficción habla de las dudas, del amor, de la renuncia, pero también de las maneras diversas en las que se expresa el amor y de la búsqueda de unos modelos de familia con los que poder ser felices. En mi opinión, el carácter global de la película queda bien reflejado en un breve diálogo entre Álex y Mónica, cuando se quedan solos en una excursión a la montaña:
– Álex: Un buen lugar para hacer una película
– Mónica: ¿Qué pasaría?
– Álex: Nada. Esto… Dos que suben… Están aquí un rato, cada uno con sus cosas…
– Mónica: Cada uno con sus cosas…
Como la vida misma: un transcurrir, cada uno con sus cosas, una especie de excursión en la que nos encontramos y nos dejamos de encontrar, siempre adelante. Si quisiéramos ser más cínicos, quizá podríamos afirmar, parafraseando aquello que Henry Ford dijo sobre la Historia, que la vida no es más que una maldita cosa tras otra.
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Claro está, Cesc Gay no es el único creador que parece empeñado en mostrar el carácter que la vida tiene para la mayoría de la gente, un carácter alejado de las grandes epopeyas de la ficción con las que nos empeñamos en compararnos (para salir siempre perdiendo en la comparación). Por poner sólo otro ejemplo, mencionaré a un autor que en años recientes sufrió una extraordinaria revitalización: John Williams.
El éxito y el reconocimiento le llegaron a Williams de forma póstuma gracias a su novela Stoner (atención, vienen spoilers).
Stoner nos explica la vida del profesor de universidad William Stoner. Nuestro protagonista nace en un medio rural, pero tiene la oportunidad de acudir a la universidad. Allí, tras graduarse y obtener su doctorado acabará siendo profesor asistente de Inglés, un puesto que ocupará toda su carrera. Stoner se casará, tendrá una hija, tendrá una aventura, escribirá un libro, tendrá problemas laborales en su departamento, pasará sus años dando clases, y morirá. Punto final.
La novela es justo lo contrario a esas epopeyas a las que me refería antes. Incluso podríamos decir que es una historia anodina, algo que Williams parece querer remarcarnos ya desde un principio. Pero es una historia anodina en la que todos nos podemos reconocer sin ningún problema. Casi podríamos decir que es nuestra historia anodina.
Gran parte del atractivo de la novela parece residir en un juego ambiguo del que Williams nos hace partícipes. A pesar de recalcar que es casi un don nadie, Stoner logra en su vida todas aquellas cosas por las que se supone que vale la pena vivir: una educación, un trabajo que le gusta y al que dedicarse, una esposa y una hija a la que ama, una nueva pareja cuando su matrimonio hace aguas, una obra a la que dedicar su intelecto. Y todo ello lo consigue sobreponiéndose a las dificultades propias del vivir. Así pues, ¿en qué sentido la vida de Stoner es anodina?
Stoner sólo es un don nadie si se compara su vida con, digámoslo de nuevo, las historias que podemos leer en la mayoría de best-sellers, o que podemos ver en las películas de acción y de aventura. O si se compara con las vidas de los super-héroes de nuestro tiempo: los emprendedores de éxito del mundo de las finanzas y la tecnología.
Esos referentes fantasiosos son los que pueblan nuestras sociedades, son las varas de medir con las que nos fustigamos constantemente. De ahí el desconcierto que suele acompañar a la crisis de la mediana edad (de ahí y, cómo no, de los golpes que trae la vida, como la pérdida de los seres queridos, y el propio envejecimiento).
John Williams escribió otra novela excelente que recibió mucho menos predicamento que Stoner: Butcher’s crossing. A cierto nivel, Butcher’s crossing puede verse como una aventura del Salvaje Oeste norteamericano, o como una historia de iniciación:
El joven Will Andrews ha dejado su hogar en el este de EEUU para viajar al oeste en busca de la experiencia de lo salvaje, como un medio de encontrar su verdadero yo. Para ello se embarca en una partida de caza de búfalos dirigida por un rudo personaje, Miller. La partida, no obstante, no tiene el éxito que sus protagonistas esperaban. Pero tampoco lo tiene la búsqueda interior de Andrews. Y es con respecto a esa búsqueda donde se da una de las mejores reflexiones del libro, puesta en boca de un personaje secundario: el comerciante de pieles, el Sr. McDonald. Hacia el final de la historia, McDonald le dice a Andrews:
– ¡Jóvenes! – dijo McDonald con desdén -. Siempre pensáis que hay algo por descubrir.
– Sí, señor – dijo Andrews.
– Pues no hay nada, ¿entiendes? Naces, mamas mentiras, te crías en casa con mentiras, aprendes otro tipo de mentiras en la escuela. Toda una vida llena de mentiras, y luego, cuando ya vas a morir, tal vez te das cuenta de que no hay nada, nada salvo tú mismo y lo que podrías haber hecho. Pero, claro, no lo hiciste porque esas mentiras decían que había algo más. Y entonces te das cuenta de que podrías haber tenido el mundo entero, siendo el único que conoce el secreto… Pero ya es demasiado tarde. Te has vuelto viejo y no hay vuelta atrás. (p. 328)
“Toda una vida llena de mentiras”: en el contexto de la historia que narra Williams, es una frase tan contundente que no pude evitar que me diera que pensar. Y es que, a pesar de que nos parece casi una obligación tener sueños, como dice McDonald puede que perseguir sueños sea una estupenda receta para el desastre, para fomentar que un día nos demos cuenta que invertimos nuestra vida persiguiendo eso, sueños, quimeras. Sentencia, pues, McDonald:
[…] Y adiós a mis sueños; aceptaré lo que pueda cuando lo tenga y no me preocuparé de nada más. (p. 330)
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Tanto en las obras de Gay, como en Stoner y Butcher’s crossing, parece que la moraleja es la misma: es como si se nos dijera con las manos abiertas y un encogerse de hombros que, en cuanto a la vida esto es lo que hay. Y nada más.
Seguro que ese «lo que hay» no es mucho, o en todo caso no es suficiente para satisfacer las expectativas que nos habíamos hecho de jóvenes. Pero bien visto puede que no sea poco, y en todo caso quizá sea más que suficiente para hallar una cierta felicidad.