Cuando alguien escribe una pieza de música, lo que se pone en el papel es el equivalente aproximado a una receta, en el sentido de que una receta no es la comida, sino las instrucciones para la preparación de la comida. […]
Si yo escribo algo en un papel, en realidad no puedo “oírlo”. Puedo convocar una visión de lo que significan los símbolos e imaginar la pieza musical y cómo sonaría en un concierto, pero esa sensación no es transferible, no se puede compartir ni transmitir.
No se puede hablar de “experiencia musical” en términos normales hasta que la “receta” se haya convertido en moléculas de aire contoneándose.
La música en los conciertos es un tipo de escultura. El aire en el espacio de la actuación queda esculpido y convertido en algo. Esa “escultura-molecular-en-el-tiempo-“es entonces “percibida” por los oídos de un oyente, o de un micrófono.
El SONIDO son “datos descodificados por el oído”. Las coses que HACEN SONIDO son capaces de crear perturbaciones. Esas perturbaciones modifican (o esculpen) el material crudo (el “aire estático” de la sala, ya que estaba “en reposo” antes de que los músicos se pusieran a dar por saco). Si generas perturbaciones (“formes de aire”) de manera expresa, estás componiendo. (p. 163)
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